Lo que vimos por las pantallas en las calles, lo que se registró en fotos e imágenes audiovisuales, lanza un claro mensaje a todo el país: la democracia está más sólida que nunca en Ecuador.

Quienes creen que la paz es la que más se parece a la de los sepulcros, y que solamente con elecciones y proselitismo se expresa y construye la democracia están muy equivocados. Ayer se verificó una intensa participación política y ciudadana, con lo cual se desmontan todas aquellas tesis del “totalitarismo”, “autoritarismo” y “dictadura” que se estarían viviendo en el país.

Cierto que la perturbación a las actividades regulares puede causar molestia en algunos actores y sectores, pero en el fondo hay un dato de la realidad que no se puede ocultar: el conflicto democrático, pacífico y activo revela a una nación que se manifiesta desde las contradicciones, discrepancias y coincidencias a favor de los intereses nacionales.

Y eso mismo pone al país a dialogar, desde distintas visiones, para afrontar los retos que plantea el nuevo escenario fijado desde la aprobación de la nueva Constitución.

Todos los actores de las marchas por la voluntad son dignos de felicitación por expresarse en paz. Y eso ventajosamente también deja a un lado a quienes quieren sembrar vientos de golpismo desde supuestas demandas “ambientalistas”. De hecho, la Conaie ha demostrado madurez al expulsar de las marchas y tarimas a los politiqueros.

Aunque resta por ver hasta dónde lo de ayer constituye una agenda política colectiva para sacar al país de la pobreza y no para uso utilitario de quienes añoran recuperar el poder político para devolver las prebendas a los grupos económicos.

Lo importante ahora es que se defina en la Asamblea Nacional la agenda legislativa para aprobar las leyes del agua y tierras en favor de las mayorías campesinas e indígenas, sin caer en los fundamentalismos de nadie.