Lo ocurrido con esa nación asiática es imposible de describir y de asimilar desde estas tierras americanas. En pocas horas la destrucción inimaginable ha segado la vida de más de diez mil personas y la destrucción material es incalculable.
A eso se suma la revelación de la inmensa pobreza de un país cautivador por su turismo, pero con secuelas de la injusticia y la desigualdad sociales. Por eso hace falta una gran solidaridad para paliar aquello, aunque sea en parte.
A diferencia de otras naciones que tienen las condiciones para una pronta recuperación, allí no es posible hacerlo en corto tiempo, tal como pasa en Haití. A pesar de que las imágenes advierten que la reconstrucción será mucho más costosa, ojalá sea la oportunidad para superar la pobreza crónica.