Se han llenado la boca, miles de actores políticos, en las últimas décadas. No hay articulista que no haya escrito sobre eso. Y menos aún los políticos: cada a uno a su modo, de modo retórico y hasta demagógico, lo dijeron siempre. Al unísono han dicho que un mundo multipolar es mucho más democrático, sienta mejores semillas a la convivencia planetaria y siembra las bases para reducir la pobreza y las desigualdades entre naciones, la mayoría de las cuales está en esa condición desde el desarrollo del colonialismo en los cinco continentes.

Sin embargo, ya sabemos que del dicho al hecho se han quedado las declaraciones en simples enunciados vaciados de contenido. Ahora, cuando ese mundo multipolar se va constituyendo y construyendo con la existencia de organismos regionales y subregionales, a algunos ya no les gusta el sustantivo multipolar. Subrepticiamente abogan por mantener el statu quo: una o dos potencias que gobiernen el mundo y nos digan qué hacer en cada caso, conflicto o problema.

¿Un mundo multipolar implica reformar y trastocar esos mecanismos e instancias de la ONU donde cinco potencias lo deciden casi todo? ¿Cabe la posibilidad de que la OEA no sea un organismo de presión y hasta en ocasiones de chantaje de la que se autodenomina la mayor potencia mundial?

Un mundo multipolar implica una congruencia y concordancia para restablecer una armonía en favor de la democratización sobre la base del respeto a las diferencias culturales, históricas, económicas. No es que ahora otros pocos gobiernen el planeta. Por el contrario, implica que los intereses de todos confluyan a favor de responsabilidades con un planeta que se está destruyendo, con grupos humanos que mueren de hambre, pero también con políticas y acciones para que la autodeterminación y la soberanía no sean solo etiquetas, sino una palpable realidad.