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Lo que más suena es la supuesta denuncia y cierta tendencia al sensacionalismo político: exacerbar lo malo, ofender al rival, calar en la conciencia de la gente que todo está mal, que ya viene el “salvador”, utilizar a ciertos medios para no generar debate son, entre otras cosas, lo que se ha visto hasta ahora. Salvo muy contadas excepciones, que la gente identifica con absoluta claridad, los candidatos se han colocado en la situación más incómoda: pelearse todo el tiempo con quien encabezaría las encuestas, hacer de él el muro de todas las disputas. Y eso, ni al supuesto ganador ni a quienes aspiran a superarlo les hace bien para ponderar otro sentido de la política.
Ese sensacionalismo político (acolitado por determinados medios que son parte ya, por sus expresiones, de la campaña electoral) evade temas de fondo, que a cualquiera que sea el ganador le ayudaría a administrar mejor el país. Por ejemplo: el cambio de la matriz productiva de Ecuador para dejar de ser exportador de materias primas es un asunto realmente de fondo, de honda repercusión política. Otro: qué política social deriva de ese cambio de matriz productiva. Si en todos los candidatos y partidos políticos existiera la voluntad de poner por delante estos temas, con absoluta seguridad la ciudadanía tendría acceso a una pedagogía democrática. No pueden los ciudadanos educarse en política si hay candidatos que se encargan de ofrecer el oro y el moro, casas y carros de lujo, como si fuésemos una sociedad de arribistas. Al contrario, la discusión política profunda aleja todo sensacionalismo y también inculca otro comportamiento electoral.
El arranque de esta campaña nos obliga a demandar de todos los candidatos una postura mucho más exigente y de calidad para debatir el futuro de Ecuador.