A partir de mañana hay que esperar noticias. Los binomios presidenciales se están definiendo. Quizá surjan dos candidatos presidenciales más. Las listas para la Asamblea adquieren nombres y apellidos. Y queda pendiente oficializar la candidatura presidencial de Rafael Correa.

Frente a ello hay dos temas por abordar. El primero y el fundamental es saber hasta dónde los partidos políticos están demostrando madurez política a la hora de escoger a sus candidatos. Vemos de nuevo que un partido busca, con una desfachatez sin nombre, en la farándula las figuras que le den votos, pero que quizá, como ya se ha comprobado, no sirven de mucho para la tarea legislativa ni fiscalizadora. Y hay otros que, ante la falta de cuadros o líderes, tocan las puertas de las viejas y ya desahuciadas tiendas políticas. ¿Quizá para recuperar las viejas prácticas? Ojalá que no.

Y frente a ello, se perfila una cadena de candidatos que se olvidan de las responsabilidades constitucionales y de las exigencias públicas. Si eso no se discute en los medios privados y comerciales es porque tampoco las asumen.
El segundo es, obviamente, si las alianzas generadas a partir de este proceso político electoral redundan en una necesaria gobernabilidad para un ejercicio democrático mucho más exigente, a favor de las causas más nobles. Que no sean “tronchismos” y mucho menos compadrazgos para pagar favores.

Las alianzas políticas, por más que se repique, no asumen la responsabilidad de afrontar de forma colectiva la erradicación de la pobreza. Para -además- dignificar la política y no solo para ubicarse como candidatos en partidos de derecha cuando siempre se ha estado en la izquierda. Esa dignificación debe ser una pedagogía para las nuevas generaciones y para que la política sea cada vez menos una mala palabra para la gente común.