La Selección de fútbol del Ecuador ha dejado de ser un grupo de buenos amigos y un conjunto de jugadores que ganan buen dinero. Desde hace mucho tiempo nos dice, con resultados y con excelencia, que los procesos sostenidos, con planificación, ajustes y un director técnico consciente de su rol llevan lejos a los equipos.
Quizá la Tricolor, como se conoce al equipo de fútbol que nos representa, es ese síntoma del Ecuador: un esfuerzo colectivo, donde figuran los que hacen bien las cosas y no están quienes torpedean todo, ponen trabas y se quejan sin argumentos, con el solo afán de fastidiar.
En la entrevista que publica este diario con el director técnico Reinaldo Rueda, ayer y hoy, se deja leer entre líneas un esfuerzo silencioso y soterrado de conducir a un equipo difícil, que con tantas “estrellas” comenzó lo que en la política el presidente Rafael Correa califica como infantilismo: a querer imponer por puro capricho sus intereses a ciertos jugadores, sin entender que había una autoridad y un conductor que tenía claro a dónde quería llegar. Tras entender eso, sin imposición alguna, pero con la firmeza de las ideas y de los conceptos, Rueda ahora es reconocido como uno de los mejores técnicos del mundo y ya nadie pide su cabeza. Y sus jugadores pasan a segundo plano porque en la práctica sin su conducción harían unas bonitas jugadas pero no tendrían la visión de conjunto y el espíritu de triunfo que impone el entrenador colombiano.
Si hay algo que aprender de la Selección y su técnico, ahora que se encuentra como el segundo mejor equipo de América del Sur, es la persistencia en un concepto claro: trabajar en procesos con un liderazgo claro y legitimado en los resultados no es motivo de crítica malsana, solo de aplausos y estímulos para abundar en la excelencia. De ahí que valga la ocasión para mirarnos en esta selección como en un espejo.