Estos días se tejen varios diálogos y acuerdos entre los ya candidatizados a la Presidencia de la  República, sus organizaciones, alianzas y seguidores. En cada uno de ellos, se dice, siempre ronda el “fantasma” de Lenín Moreno.

En otras palabras: la definición de un binomio presidencial ya no puede ser lo que era antes: una figura decorativa, hasta un complemento regional, pasando por un aporte “empresarial” importante, sin dejar de descontar a un inminente sucesor (o más criollamente un “serrucho”).

Por lo pronto, en las tres candidaturas ya oficializadas hay un factor común: debe ser una mujer. Y otros añaden el siguiente: que sea alguien que tenga un perfil más o menos similar para continuar la obra del actual Vicepresidente. Claro: es imposible que, sea cual fuere el próximo gobierno, la tarea a favor de las personas con capacidades especiales se detenga. Nadie lo discute: hay una revolución enorme  en este campo, que ningún otro gobierno hizo, que jamás constituyó una preocupación pública, y menos política, para quienes ahora están de candidatos y alguna vez estuvieron en el poder.

De todas maneras se percibe un hecho lamentable: se insiste en la figura decorativa, más si es femenina, porque el machismo en la política no desaparece fácilmente. Por lo menos eso se escucha de los diálogos entre las alianzas para los candidatos ya lanzados. Eso ignora las nuevas realidades, desentraña la lógica oportunista de los que quieren el poder por el poder y revela que no hay interés de continuar con los actuales programas de Estado.

La expectativa está ahí. Ya veremos quiénes salen elegidas/os por los tres líderes o candidatos a la Presidencia actuales. Lo que cuenta ahora es que no habrá una figura que supere, pronto o por mucho tiempo, lo que hizo un vicepresidente al que nadie (es un decir) le apostaba nada y ha hecho lo que todos los gobiernos juntos que han pasado por Carondelet se olvidaron -o no quisieron- porque las personas con discapacidad no votaban o no “contribuían a la democracia”.