No son adjetivos vanos ni vacíos. Ocurre por primera vez en la historia de los dos países y no hay experiencia similar, por lo menos  en este continente: dos repúblicas que se reúnen con sus gabinetes para abordar temas comunes y a favor del desarrollo integral de los dos pueblos.

Es que Colombia y Ecuador han mantenido relaciones políticas fraternas históricas, económicas permanentes, culturales de largo aliento en muchas áreas y sociales de profundo alcance para las dos naciones. Ahora, con los nuevos tiempos, adquieren (esas relaciones) un vigor que sobrepasa los clichés y postulados de integración sin contenido. Esa famosa integración que se quedaba colgada de los negocios de unos cuantos grupos de poder no va más. Ahora hay otros argumentos y contenidos en esa integración.

Durante el encuentro realizado ayer en Tulcán, el presidente Rafael Correa propuso la creación de un hospital y una universidad binacionales, gracias a la experiencia de contar en nuestro territorio con alumnos colombianos que reciben atención como uno más de nuestro país, sin pagar nada, lo que fue agradecido por la canciller de Colombia.

No hay mejor antídoto para la guerra o la disputa fronteriza que la integración verdadera. Más que ejércitos y policías, necesitamos hermanarnos en proyectos sociales y económicos comunes. Y eso pasa por fortalecer los lazos en el campo educativo, deportivo, social y cultural.

Ahora, más que nunca, Colombia y Ecuador pueden fortalecerse mutuamente e individualmente si ven a sus naciones, no como socios (eso es un legado neoliberal algo perverso), sino como naciones vigorosas de esa Patria Grande. Ello implica vencer prejuicios y, ante todo, construir escenarios de absoluto respeto, cooperación, solidaridad y retos comunes.