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El Telégrafo

¿Por qué cambiar la Constitución, doctor César Montúfar?

10 de septiembre de 2012 - 00:00

Ahora que es precandidato presidencial lo  dice abiertamente, con un sesgo absolutamente electoral. Razón por la que se ha opuesto a casi todo, pero confiesa haber apoyado la aprobación de varias leyes enviadas por el Ejecutivo.

Parece que sentados en el cómodo sillón de una candidatura o en la tarima de una concentración es fácil oponerse a todo. Eso es lo que dice y hace ahora César Montúfar, al igual que Alberto Acosta.

El enfoque de  Montúfar, acolitado por varios “analistas” y medios de comunicación privados, es que el texto constitucional fue hecho para que gobernara Rafael Correa.

¿Eso significaría que su ausencia anula la Constitución y todo lo que ella recoge de un movimiento social que durante más de una década abogó, bregó y logró por conquistas, que en la de 1998 fueron desconocidas por una mayoría socialcristiana y demócrata popular?

Quizá no. Parece que a Montúfar (y en parte a Acosta) no les gusta quien preside la República. Gracias a esa misma Constitución, él está en la Asamblea, recibe un sueldo, viaja y ejerce una representación.

Es más, ahora ejerce toda su libertad de expresión y sus derechos políticos, su organización se legitima con el Código de la Democracia y sus entrevistas son la prueba más fehaciente de que su discurso no cuadra con la realidad.

Y por lo mismo, pierde sentido toda su propuesta y nos devuelve al principio: solo lo hace por puro electoralismo, como ha pasado con otros candidatos y aspirantes a un cargo en la era del dominio político de la llamada partidocracia.

No debe olvidar Montúfar que la Constitución de Montecristi es la única que fue refrendada por la voluntad popular, y debe entender que su reforma o anulación atraviesa por una respuesta de ese pueblo que luchó varios años por las conquistas que hoy tienen sentido, aunque a la oposición no le gusten o no  cuadren con sus principios aparentemente liberales, cuando en realidad son absolutamente producto de una lógica del mercado, del capital financiero y de esos tentáculos que aparecen “invisibles” en ciertas propuestas electorales de los candidatos de la derecha.

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