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La comunidad católica latinoamericana es quizá ya la más grande de esa religión en el planeta. Y de hecho de ella han nacido grandes teólogos con propuestas muy interesantes y trascendentes para entender la religiosidad y a la misma Iglesia Católica mundial desde estas tierras.
Incluso algunos de sus sacerdotes han “proferido” una serie de interpretaciones y propuestas a la misma constitución de esa iglesia. Y por eso, ahora que empieza el cónclave para elegir al nuevo sumo sacerdote, bien vale la pena pensar por qué no será un cardenal latinoamericano el ungido para el cargo.
La entrevista publicada ayer en este diario con Frei Betto muestra algunas claves, muy bien expuestas, además por todo el conocimiento que tiene sobre las interioridades del Vaticano. Señala que dado el eurocentrismo de esta institución, una de las de mayor peso e influencia en la política mundial, lo obvio será que sea un italiano el sucesor de Benedicto XVI.
Por más que se esfuercen todos los católicos latinoamericanos, la definición de su más alta autoridad pasa por otros intereses y otras lógicas. No se trata de hacer una revolución dentro de una institución absolutamente conservadora, pero sí por lo menos sería interesante avanzar en la misma medida que los católicos lo han hecho desde sus comunidades, desde hace mucho tiempo, trabajando con los pobres, con los que son producto, incluso, de esa colonización perversa a la que ayudó el Vaticano con toda su institución y dogmas a instaurar.
Claro que la definición de un cambio en la Iglesia Católica tampoco pasa porque se elija a un latinoamericano sino porque el que sea ungido debe mirar también a esta región como parte de su programa político y eclesiástico para reducir las distancias y las diferencias.