Los canales de televisión hicieron lo obvio: resaltar el drama y no ir a lo de fondo. Entrevistaron a estudiantes, profesores y empleados como si la noticia les hubiese caído del cielo, de un día para otro. El proceso de evaluación de las universidades tiene casi cuatro años. En él hubo suficiente información para todas las instituciones. Y en los últimos meses se hicieron muchas evaluaciones para saber exactamente a dónde llegaría el proceso.
Lo que no dicen los canales, ni mucho menos los rectores de las 14 universidades cerradas, es que durante muchos años “estafaron” a los padres de familia y a los propios estudiantes. Alrededor de 280 mil alumnos pasaron en ese tiempo sin ninguna garantía de que la excelencia sería el certificado de lo que pagaban. Incluso, algunos padres y profesores utilizaron a esas universidades para “garantizar” un título inmediato y sin complicaciones. ¿El resultado? Profesionales de baja calidad y todo el sistema de educación estafado, sin descontar la plata invertida.
Ahora afrontamos una nueva época y se sienta un precedente social trascendente: quien tenga un título lo habrá obtenido de un proceso garantizado por el control, la evaluación y la excelencia. De todos modos, como todo proceso, se irá ajustando; y si hay que hacer correcciones, que se hagan las necesarias, pero no sobre la base de la presión, el chantaje y mercantilización.
No es exagerado decir que este “salvataje” a la educación es el primer paso y, por tanto, sin causar traumas, debe obligar a una revisión de conciencia del uso y abuso que cometieron quienes hicieron de las universidades un negocio perverso. Por lo mismo, ahora estudiantes, maestros y padres de familia tienen las reglas claras. Con ellas, y pensando más en el desarrollo del Ecuador y menos en el bolsillo, las universidades pueden y deben ser, integralmente, un factor potente para conquistar el Buen Vivir.