Cuando la Unesco propuso en 1973 un debate sobre cómo debía estar organizado el nuevo orden mundial de la información y la comunicación, el planteamiento fue de normas éticas al servicio de un periodismo más equitativo y capaz de equilibrar las distorsiones.

El debate concluyó en 1981 con el retiro de Estados Unidos, el Reino Unido y Singapur. Desde entonces, los países subdesarrollados fueron considerados protagonistas de una indebida injerencia estatal en el libre mercado. Se mantuvo, por tanto, la ley de la selva.

El público estaba siendo adiestrado para que consuma y no piense.

El tema que enfrentamos hoy en Ecuador tiene diversos matices, pero es saludable desentrañar verdades que demuestran cómo el actual escenario no es diferente al de los años 70, porque la concentración de medios y empresas vinculadas en corporaciones familiares se mantiene. También esa práctica sórdida que permite homogeneizar los contenidos de acuerdo a sus intereses y enredar la objetividad con la opinión en el debate.

Cuando les conviene mostrarse como víctimas, sacan de sus armarios las libertades de prensa y de expresión, así como el derecho a la información.

Este es el papel de los medios y, como decían nuestros abuelos, “tanto va el cántaro al agua que se rompe”: el primer ministro británico David Cameron propuso ayer la reforma del actual sistema de autorregulación que regía para la prensa, pues ha fracasado rotundamente.

Esta decisión es el equivalente a sacar de la alacena al ratón que se había comprometido por su iniciativa a cuidar el queso.

El escándalo producido luego del descubrimiento del espionaje ilegal, ordenado por el magnate Rupert Murdoch, dueño del periódico News of The World, para catapultar las ventas de su diario, compromete seriamente al periodista Andy Coulson, parte del equipo de Cameron, quien fue arrestado y acusado por este hecho, mientras fue jefe de redacción del News.