El escándalo político más grande de la historia, como muchos calificaron al lío de las firmas, bien sea para acusar como para defenderse, no ha sido del todo así. Por varias razones:

1.- Si todos los partidos fuesen organizaciones políticas responsables, con estructuras, cuentas, archivos y papeles en regla, no habrían llegado al punto de comprar firmas para constituirse legalmente como tales. Como no lo son, ante la alerta de la existencia de esa irregularidad, lanzaron el grito al cielo y echaron la culpa al otro, a un otro ajeno y hasta víctima de la acción fraudulenta de ellos mismos.

2.- Como la advertencia (legal, política y ética) estaba lanzada (“no se pueden inscribir los partidos que no reúnan las firmas”), asumieron su responsabilidad y recién ahí empezaron a revisar sus supuestos archivos y formularios. Entonces se dieron cuenta de que había errores garrafales y adoptaron la decisión de someterse a la autoridad electoral, que con fallas y todo afronta esta tarea sin someter a nadie al arbitrio y menos a la ilegalidad.

3.- Han pasado varias semanas del inicio del problema/escándalo y ahora comprobamos que cada organización corre presurosa a buscar firmas para inscribir sus partidos, porque hasta ahora no han podido demostrar que todo lo que pusieron en los formularios estaba bien y legalmente hecho. Y si lo hacen, cumplen con esa obligación legal y hasta con esa responsabilidad ética. ¿No quiere decir que hay un reconocimiento tácito de que no hicieron bien su tarea?

4.- Por lo visto, los “cucos” con que amenazaban este proceso (“partido único”, “totalitarismo”, “exclusión electoral”) desaparecen de a poco y encontramos ahora sí un sendero legal y constitucional para afrontar las elecciones con las reglas claras y con los actores bajo normas de absoluto acuerdo democrático nacional.