Desde México, cada cierto tiempo, las noticias sorprenden a los lectores. Una de ellas: las autoridades del país acaban de anunciar un alza general de precios de combustibles, en un rango que oscila del 14% al 24%. El golpe al bolsillo de millones de mexicanos es fuerte, y las reacciones sociales se van  a multiplicar con el paso de los días.

Políticamente, el gobierno de Enrique Peña Nieto acaba de meterse en un pantano del cual será bastante difícil salir con el terno limpio y el peinado engominado. De entrada, justificó las medidas argumentando razones técnicas. Cierto: el mercado petrolero calza en los escenarios de volatilidad e incertidumbre, por ende, se debe actuar.

Pero a renglón seguido aflora la relatividad de su tesis: desde el inicio de su mandato, Peña Nieto apadrinó la más ambiciosa reforma privatizadora del sector petrolero. Y hoy se unen los extremos de la cuerda: el alza de precios arrincona al usuario de a pie, pero genera ingresos extras a quien maneja -o quiere manejar- el negocio. Así de cierto y de simple. (O)