Eran otros tiempos. Quienes se llamaban hombres ostentaban valores cultivados en la infancia y tenían como norma el cumplimiento y respeto a la palabra comprometida. Ser varón significaba muchas cosas, entre ellas: estimar a sus semejantes por lo que son y no por lo que dicen, no permitir que alguien golpee a su contrincante caído y saldar deudas a puño limpio, sin armas. Ecuador era un país pequeño y pobre, en el que frases y palabras tenían mucha profundidad; entre ellas hay dos dichos que muchos los hemos olvidado: “Nunca empieces algo si no estás seguro de que lo puedes terminar” y “Siembra vientos y cosecharás tempestades”, que precisamente se ajustan a quienes han amenazado de muerte al Presidente de la República a través de las redes sociales, por el placer patológico de intimidar, o por el interés particular de alguna persona o grupo corporativo que se siente perjudicado por la acción de la justicia. Las dos acciones son irresponsables y tienden a influir temor entre quienes miramos diariamente la facilidad con la que operan los sicarios.
Lanzar advertencias de magnicidio por esquizofrenia, odio o disgusto revela que la política de viejo cuño y privilegios oligárquicos están muriendo. América Latina es un ejemplo de lo que no se debe hacer o lanzar a los cuatro vientos, pues está cargada de experiencias traumáticas: el conflicto liberal-conservador que encendió en Colombia la mecha de una carga explosiva, cuya onda sigue en expansión; las operaciones demenciales de Sendero Luminoso y sus ataques contra objetivos civiles, en Perú; los graves problemas políticos y económicos entre las élites tradicionales de Guatemala, El Salvador y Nicaragua, que desangraron a una población exacerbada por la posición de una prensa privada amarillista que se convirtió en factor político de desestabilización, y cuya conciencia de clase permitió manipular imágenes y palabras cargadas de mensajes subliminales que tenían el olor típico de la gasolina regada sobre papel periódico.
¡No a la impunidad!