La gira por tres países de una colección de 150 obras del pintor Oswaldo Guayasamín es sin duda alguna uno de los sucesos culturales más importantes para el Ecuador en este año que entra ya en su recta final.

El acontecimiento no puede pasar inadvertido para los ecuatorianos pues la muestra se convierte en embajadora del arte del país en el extranjero, donde la obra de uno de nuestros pintores insignes es altamente valorada.

En el año del centenario del natalicio del artista (1919) Cuba, Catar y Corea recibirán escalonadamente esta exposición hasta 2020 con una muestra de pinturas que refleja su conocido estilo como pintor de todas las injusticias que sus ojos presenciaron a través de incansables periplos al interior del Ecuador y fuera de este.

Dentro de un continente que en el siglo XXI no se han podido eliminar las desigualdades y donde incluso se han exacerbado las diferencias de clases, hasta el punto de desembocar en estallidos sociales de imprevisibles consecuencias, la monumental obra de Guayasamín cobra extraordinaria vigencia.

La franqueza en la presentación y ese afán por la renovación formal que supone el interés por experimentar con formas no tradicionales hizo justamente que el nobel Pablo Neruda considerara al pintor ecuatoriano como uno de los últimos cruzados del “imaginismo”, término llevado de la literatura a su pintura.

“Honrar, honra” dijo José Martí, una frase que nos pone a pensar en estos tiempos turbulentos. Recordar a Guayasamín y honrarlo no solo dentro del país sino fuera del mismo es un merecido tributo a su universalidad.

Haber conocido las injusticias de este mundo y verse en la disyuntiva de escoger entre la comida y la pintura, contribuyó a que Guayasamín lograra pintar como pocos la historia del hombre americano y la inmovilidad de América.

Esta exposición viene a ser un homenaje a sus desvelos y al mismo tiempo un espejo donde el mundo puede asomarse y sentir que la esperanza debe prevalecer sobre los sinsabores que su pintura supo denunciar. (O)