Lo ocurrido con el sargento William Lema Sanpedro, quien resultó herido durante el partido de fútbol entre Liga de Quito y el Deportivo Quito hace nueve días, es no solo lamentable sino el símbolo de la violencia más demencial.

¿A quién se le ocurre tomarlo  y lanzarlo a la fosa del estadio que tiene una profundidad de cuatro metros? ¿El propósito era asesinarlo? ¿Y quienes lo hicieron son hinchas de un equipo de fútbol con licencia para matar?

Por suerte el sargento Lema está vivo.

El informe médico señala que  llegó inconsciente a emergencias  y presenta politraumatismos: un hematoma subgalear parietal occipital izquierdo, fractura del brazo derecho y fractura del omóplato y de la clavícula izquierda.

Este hecho se suma a otros donde ocurrieron muertes de aficionados y miembros de las llamadas barras bravas por el solo hecho de “militar” en las filas de un equipo de fútbol. Parecería que en cada partido esos supuestos hinchas solo buscan con quien saldar sus propias broncas.

Y frente a ello la Policía y el Ministerio del Interior decidieron no dar seguridad al interior de los estadios. Una medida extrema que  convoca a tomar otras medidas urgentes en esos espectáculos deportivos de carácter privado con custodia de la Fuerza Pública.

No cabe duda de que es un fenómeno mundial, a pesar de que en otros países se ha llegado a medidas mucho más extremas y radicales que han dado resultados parciales. Aquí en Ecuador no debemos y no podemos llegar a esa situación para tomar medidas radicales, pero sí podemos generar dos procesos urgentes.

El primero es una pedagogía social: no es posible que en las mismas barras los aficionados dejen que otros violenten el espectáculo. Ahí deben trabajar los dirigentes deportivos y muchos actores sociales, de modo que se incida y afecte, neutralice y bloquee a quienes generan la violencia y el vandalismo.

Segundo: las medidas extremas y urgentes pasan también por una evaluación del rol de los equipos de fútbol en el “estímulo” que dan a esas barras para asistir a los partidos. No es solo de castigar o inculpar, sino también de prevenir y hacer un trabajo social con esas barras. Las dirigencias no pueden obviar sus responsabilidades.

Si ahora hay algunos dirigentes y medios preocupados por el anuncio de dejar sin seguridad policial el interior de los estadios, habría que preguntarles si han hecho algo para definir quiénes son los responsables y las pedagogías para evitar este tipo de lamentables y sangrientos hechos.