La propuesta de la asambleísta María Augusta Calle de incluir en la Ley de Comunicación la figura del linchamiento mediático ya ha desatado la reacción de ciertos sectores. Y quizá con justa razón. Los motivos son varios.

La acción mediática de aquellos actores de la información que “estimulados” por determinados intereses contra figuras políticas o simples ciudadanos ha tenido disímiles consecuencias y efectos. En esencia constituye esa acción “mancomunada” sobre un hecho, que puede derivar en una sentencia, pero que los medios lo juzgan con sus titulares, entrevistas y supuestas evidencias. Y cuando el juicio termina y se reconoce la inocencia de quienes fueron “fusilados” mediáticamente, esos medios no dicen absolutamente nada.

Además, esta acción nace de esa supuesta “tradición periodística” de caerle con todo a quien supuestamente cometió un error, un delito o una falta moral. En Europa ya hay legislación ligada a la figura de “acoso mediático” y bajo ella se han abierto procesos desde diversos actores sociales.

Por lo pronto, no hay que descartar la opción de discutir la inclusión de esa figura jurídica, pero tampoco por negar toda la Ley de Comunicación se puede dejar de lado un tema tan complejo que ha causado graves daños en algunas personas.

Y aquí caben algunas preguntas: ¿Los medios somos las instancias juzgatorias de lo que hacen las personas? ¿Procesamos solo lo que está comprobado y dejamos por fuera los indicios? ¿Hasta dónde un hecho que no ha sido sentenciado puede ser amplificado en todas sus vertientes en las pantallas y páginas de la prensa? ¿Si una autoridad habla mal o contradice a los periodistas usando los canales oficiales entra en la figura de linchamiento mediático?

Lo más importante es entender el fenómeno en toda su complejidad antes de negarlo porque nace de una asambleísta víctima de acoso mediático. Si ella sufrió por eso, como otras personas más en estos años, estaría bien discutirlo para que no se vuelva a repetir un acto así en el que, incluso de ser reparado, no habría monto ni tiempo para reivindicarlo.