Primera premisa: el aniversario 25 de su fallecimiento pasó inadvertido por la prensa comercial y por quienes ahora se proclaman defensores de los derechos de los indígenas.
Segunda: si algún homenaje se merece el “Monseñor de los Indios” es recuperar su legado y pensamiento, pero, sobre todo, su actitud ante la vida y la política.
Tercera: cuando quiso defender a los indígenas también propuso vender un bien y símbolo de la Iglesia, que luego fue robado. Eso que antes fue valorado como un acto de fe a favor de los más pobres ahora tendría que pensarse cuando se habla del petróleo del Yasuní.
Cuarta y última: Monseñor Proaño pensó en los pobres, no hizo de ellos un uso utilitario, y menos electoral. Se jugó desde la angustia y la única prioridad posible: la vida y la dignidad humanas.