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La denominada “fiebre del oro” no es nueva, ni en Ecuador ni en ninguna parte del mundo; pero así fue denominada la acción de miles de mineros que llegaron a California, entre mediados del siglo XVIII hasta el XX, con la ilusión de convertirse en millonarios.
Algo similar, aunque en menores proporciones, ocurrió en Ecuador en Nambija, provincia de Zamora Chinchipe, en los años ochenta y noventa del siglo anterior. Las precarias condiciones de vida sí son similares y se nota en el hacinamiento en el que viven los mineros, la explotación laboral, la prostitución, etc. Que se sepa, muy pocos mineros lograron el sueño de ser ricos, pero cada cierto tiempo esa fiebre solo cambia de nombre y de ubicación geográfica.
En la actualidad se llama Buenos Aires y se ubica en la provincia de Imbabura, adonde han llegado centenares de mineros de todas las regiones del país, incluso de otros países, para trabajar en las peores condiciones en torno a las vetas de oro. La minería informal es la más contaminante porque emplea los recursos más precarios para separar la roca del metal.
Las fuentes de agua son contaminadas principalmente por el mercurio, que arrasa con la vida de las especies acuáticas. Al otro lado de esta actividad informal existe la minería formal, la que invierte recursos en la fase de exploración y luego explota los minerales bajo estándares internacionales.
Se calcula que hasta el año 2021 el Estado recibirá inversiones por $ 3.800 millones y ya en la fase de exportaciones, $ 3.600 millones. Es lo que también se denomina la minería a gran escala, que cumple con los requerimientos medioambientales, que paga impuestos y regalías al Estado ecuatoriano.
En la actualidad hay tres proyectos, de los cuales dos -Fruta del Norte (canadiense) y Mirador (chino)- comenzarán a producir este año. Loma Larga (canadiense) lo hará en 2021. Según la información oficial, la minería legal genera al momento 32.000 plazas de trabajo y labora directamente con las comunidades. (O)