El viernes pasado asumió como el presidente encargado de la República Bolivariana de Venezuela. Y ha convocado ya a elecciones para, seguramente, candidatizarse a la presidencia de ese país, tras la desaparición física de Hugo Chávez Frías.

Evidentemente, tiene un reto enorme: consolidar y reafirmar el triunfo obtenido por Chávez el 7 de octubre del año pasado. Para eso tendrá que conjugar el legado del líder bolivariano con su propia visión de la política. Y al mismo tiempo, tras su larga experiencia como canciller, sostener el proceso de integración latinoamericana.

Sin embargo, el camino no es fácil. La oposición reaccionaria no ha parado un minuto desde su derrota y trabaja ahora para deslegitimar el proceso seguido para reemplazar constitucionalmente a Chávez. Amenazan ahora con no presentarse a las elecciones y con ello repetir lo que ya hicieron en la década pasada con el único objetivo de iniciar la campaña de desestabilización.

Nicolás Maduro, un hombre del pueblo con una raíz política revolucionaria, constituye la figura más indicada para dar continuidad al proceso de emancipación en Venezuela. Y el viernes pasado el mundo entero pudo comprobar su potencial, su humanismo y su compromiso revolucionario.

Ahora, en menos de un mes debe definir una estrategia con su gobierno y partido para consolidar su institucionalidad y dar continuidad a las medidas que mejoren la economía, incentiven la producción local y garanticen la estabilidad política. Hay algunas tareas pendientes en el camino para reducir la pobreza y Maduro cuenta con la visión y la capacidad para afrontarlas y desarrollarlas.

Para el bien de Venezuela, Maduro es un hombre forjado no solo en la lucha sino en la eficiencia en la gestión administrativa y política. De ahí que no se equivocó Chávez en designarlo como su sucesor.