Ecuador es una excepción potente: en nuestro país no hay periodistas presos ni asesinados, por ningún poder, por suerte y gracias a una democracia que funciona. Lamentablemente, en el resto del mundo no ocurre lo mismo y lo confirman, para los dos casos, organizaciones internacionales que levantan sus quejas sobre la libertad de prensa. Reporteros Sin Fronteras (RSF) informa que 88 profesionales murieron este año que culmina. La mayoría de ellos (el 33%) en Medio Oriente y Norte de África.

Evidentemente esas muertes ocurrieron durante la cobertura de conflictos y/o atentados, pero también en manos de grupos vinculados al crimen organizado.

Un dato relevante es la disminución de periodistas detenidos durante este año. Ha bajado un 16%, según RSF.

En Ecuador esas cifras suman cero. No hay detenidos ni asesinados. Y aquello, aunque los medios comerciales o la oposición política nunca lo destaca, constituye un factor relevante de nuestra democracia. Se aludirán casos concretos en los que hay juicios por injuria, pero en derecho eso se ha resuelto conforme a la ley y no ha significado ni cierre de medios de comunicación y mucho menos periodistas encarcelados o asesinados.

De todos modos, el oficio periodístico está en una encrucijada:  defender la profesión con todas las herramientas del caso, pero también apegarse a las leyes y afrontar todas sus complejidades.

Necesitamos una prensa robusta, responsable, ética, entregada al servicio público y a la gente. Para ello, sin duda, hacen falta regulaciones, pero -además- hay que cuidar a los medios y a los periodistas de actores criminales que no quieren que se conozca la verdad, como pasa en México, donde muchos de los crímenes son por investigaciones relacionadas por el letal negocio del narcotráfico.