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El Telégrafo

Lo que fuimos hace 10 años y lo que queda de ese pasado

17 de enero de 2016 - 00:00

Nuestro norte era la emigración o simplemente la desesperanza. No es ninguna exageración. Basta revisar el Latinobarómetro de 2006 y comprobar que la alternancia en el poder político era una de nuestras supuestas virtudes, mientras en la mayoría de países se habían reelegido los mandatarios. La tan cacareada gobernabilidad no existía en Ecuador y en casi la mitad de los países de América Latina. Solo Hugo Chávez, Ignacio Lula Da Silva y Rafael Correa ganaron las elecciones con más del 50% de los votos.

Hasta 2006 se consideraba que en Ecuador las elecciones no eran limpias, solo Uruguay ocupaba un gran primer lugar. Y ni qué decir de lo que se pensaba del “ejercicio del cohecho” para ganar unos comicios. No se creía entonces que una protesta sirviera para cambiar las cosas. La participación política real de los ecuatorianos era de las más bajas comparada con el resto de países. De hecho, a la pregunta de si asistía a una manifestación política autorizada, quedábamos en penúltimo lugar.

Así, en términos políticos, era nuestro país en el año 2006. Y no olvidemos que es el momento de un quiebre político, que más adelante daría paso a uno institucional, al construir colectivamente una Constitución con nuevos paradigmas y una estructura del Estado a favor de lo público y no para satisfacer a los grupos de interés ni a las corrientes corporativistas.

En general, Ecuador era un país con una sensación de incertidumbre. Incluso para quienes aspiraban al poder (como lo prueban testimonios de algunas autoridades) ganar la presidencia o una curul en la legislatura no garantizaba cumplir el programa de gobierno o una propuesta política puntual. Al contrario, por mucho tiempo esos cargos sirvieron para otros objetivos, la mayoría de ellos de corte personal y económico.

En ese entonces, Ecuador no veía ni remotamente la posibilidad de un cambio real en su democracia y mucho menos en el bienestar de la gente, por más que las cifras macroeconómicas exhibieran inversión extranjera y unos movimientos bancarios sólidos.

La realidad del presente es otra y por eso el campo de la política también tiene otros elementos de discusión, relatos con otros argumentos y unas tensiones que van por sostener el ritmo del cambio ante las dificultades económicas o volver a esos trillos donde unos grupos imponen su modelo con sus visiones supuestamente democráticas y la consecución de mayor rentabilidad para sus empresas y familias.

Basta revisar el Latinobarómetro de 2015 para hacer un ejercicio básico de responsabilidad política con nosotros mismos y con nuestra historia para entender qué cambió. Ahí no aparece por ninguna parte todo lo que los analistas y entrevistadores (en realidad piezas de un aparato político bien identificado y bien financiado) señalan en las cotidianas tertulias políticas bajo el mismo libreto.

Si se hace ese ejercicio, las izquierdas y las derechas también podrían imaginar de otro modo su propia existencia. Caso contrario estaremos en la peor farsa política que solo apunta a desmontar lo construido y volver a lo vivido hasta 2006. (O)

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