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No hay exageración alguna: nunca antes hubo un vicepresidente como Lenín Moreno. Hoy culmina su gestión en ese cargo y en seis años hizo, bajo el marco de un plan de gobierno integral, lo que todos los anteriores vicepresidentes y gobiernos ni se imaginaron y menos pensaron hacer.
Cuando se lo mencionó como candidato de Rafael Correa, en el año 2006, hubo escepticismo de muchas personas y hasta comentarios absurdos. Ahora no hay una sola persona de esas que hable mal de Lenín Moreno. Todo lo contrario, su nivel de aceptación y reconocimiento llega a bordear el 100%. Nunca antes un político tuvo ese nivel de aceptación.
Su gestión a favor de un sector olvidado, que no contaba en los planes de ningún político, adquirió un sentido revolucionarioY más allá de estos detalles, lo importante es que la gestión a favor de un sector crónicamente olvidado, que no contaba en los planes de ningún político, adquirió un sentido revolucionario, en toda la extensión de la palabra. Moreno es un hombre de izquierda, nacido en la izquierda revolucionaria de los años setenta y junto con Correa hicieron el binomio más “arrasador” de la política, incluso para aquellos sectores de izquierda que jamás pensaron en las personas con capacidades especiales. Se jactaron de su “revolucionarismo”, pero veían pasar a las personas en sillas de ruedas y no se conmovían.
Al despedirse de la gestión pública, deja un ejemplo de vida por todo lo que ha significado para él hacer este trabajo. Y al mismo tiempo un sello de humanidad y sentido profundo de la política para entender qué es el servicio público.
Si las autoridades, servidores públicos y los revolucionarios no cambian para bien la vida de la gente, no pueden ostentar esos adjetivos. Lenín Moreno pudo hacerlo a cabalidad, no solo por sus atributos durante el tiempo que ejerció su cargo, sino porque, además, demostró cuánto se puede hacer por la gente cuando se lleva muy hondo el sentido patriótico de la transformación social.