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La autonomía de los gobiernos locales tiene una enorme responsabilidad y no pasa por hacer de cada municipio o prefectura un espacio de ‘independencia’ absoluta.
Aquellos aires autonomistas con pretensiones separatistas quedaron en el siglo pasado, no solo por una ley o por una autoridad, sino por el desarrollo de una institucionalidad y un amplio consenso alrededor de que las políticas públicas sean tan armónicas con las necesidades locales como con las complejidades de la integración y la complementación nacional.
De ahí que los rezagos y rabietas para retomar ese autonomismo decadente se enfrentan a una realidad exigente que determina desarrollar tareas conjuntas entre lo local y lo nacional, en sana coordinación y armonía, sin líos.