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Ayer se realizaron varios actos y en todos se destacó el peso histórico del considerado el mejor ecuatoriano de todos los tiempos, el general Eloy Alfaro Delgado. Asesinado del modo más cruento, su muerte deja algunas lecciones para el país. La principal: su lucha no fue en vano y tampoco estuvo exenta de una resistencia oligárquica, como la que se vive en nuestra región a propósito de la presencia de gobiernos progresistas. Por otro lado, no debemos olvidar su legado, sobre todo el político, sustentado en una firme convicción de un cambio real y profundo de las estructuras siempre a favor de las grandes mayorías. Ni se puede descontar su hondo sentido integracionista y soberano para construir una América Latina como la que ahora forjan nuestros gobiernos a través de las instancias regionales, como Unasur, Celac y Alba. Y tampoco hay que olvidar cómo lucharon en su contra esos grupos de la prensa privada, como ahora también lo hacen quienes se asocian en entidades ‘gremiales’ con un fuerte financiamiento extranjero, bajo una articulación regional que no desestima ninguna mentira, desinformación o injuria como sus herramientas políticas. (O)