El condenable crimen contra un periodista, que por ser tal adquiere una connotación mediática, no da para trasladar las causas reales de la violencia a donde no corresponde. Ni es el Estado (gobiernos, municipios y entidades autónomas) el principal generador de violencia, ni mucho menos los ciudadanos, la mayoría, que hacen su vida bajo las reglas de la ética y la ley. Tampoco es cierto que Ecuador sea un país violento “por naturaleza”.

En las últimas dos décadas, en nuestro país aparecieron fenómenos delictivos que han dado pie a algunos crímenes y al surgimiento de grupos criminales. Eso lo prueban los estudios serios y responsables. En ellos también hay otros indicios que indican la deriva violenta hacia fenómenos como el “chulco” que luego deviene en el cobro con armas de fuego, extorsión y amenazas a las familias.

Además, apareció el lavado de dinero de las drogas y de activos, aquí la lucha de la Policía y organismos especializados ha sido dura y contundente, pero todavía insuficiente. No olvidemos que con la decisión de dolarizar nuestra economía se advirtió de estos posibles efectos.

En otras palabras, un sistema encadenado a determinados fenómenos vinculados al consumo y a la reproducción inmediata del capital han dado paso a acciones delictivas violentas como el sicariato. Si se revisan las cifras de este crimen, la Policía considera que la mayoría ocurre por cobros de deudas, pagos de intereses incumplidos y venganzas de tipo personal. El único caso político comprobado y judicializado con todas las de ley es el del asesinato a Jaime Hurtado González, al finalizar el siglo pasado.

Por todo esto, no caben escenarios escandalosos y mucho menos apocalípticos. La muerte de Fausto Valdiviezo debe ser aclarada y los culpables sancionados. La Justicia y la Policía tienen ahí una tarea mucho más allá de la presión mediática, porque como él hay otros casos que no han sido esclarecidos para tranquilidad de sus allegados y para bien de toda la sociedad.