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El momento informativo internacional de estos días está marcado por dos imágenes, que a su vez sacuden la conciencia global. El planeta mira con cierto asombro lo que está ocurriendo en EE.UU.: las lágrimas de Obama en su discurso de despedida, tras 8 años como jefe del Estado más poderoso del planeta, y las estrepitosas acciones del presidente electo de ese país, Donald Trump, quien -amenazas mediante- sacude con cierta patanería algunos mercados mundiales, sobre todo el alicaído sector automotor.
Obama cierra su ciclo con un discurso conciliador frente a un país dividido; triste, ante un mundo con democracia debilitada, y reflexivo, frente al uso del poder en tiempos de turbulencia. Es lo que le toca cuando mira atrás y tiene que analizar su ruta caminada.
Trump posee otro talante, otra visión, otros intereses, que no coinciden con los de Obama y lo que él representa. El manotazo en la mesa; la amenaza impúdica; la descalificación de gente valiosa y honorable; el uso de la fuerza como fe de poder. Ese es Trump. (O)