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No cabe como respuesta a la injusticia ni a la inequidad mundial, por eso hay que condenar la violencia terrorista, venga de donde venga. Lo ocurrido estas semanas en Bélgica y Turquía, sumado a la decisión de no recibir más refugiados a causa de la crisis en Siria, coloca a Europa en una situación compleja, delicada, con una perspectiva oscura y seguramente más violenta. Ya no se trata de armar una guerra o de generar un proceso armamentista; aquí lo que está en juego para el planeta es la paz, la garantía de una convivencia pacífica entre naciones, y no solo para determinados negocios, empresas o proyectos hegemónicos. La OTAN fue creada con propósitos y tareas que hoy parecen no existir, pero sobre todo para garantizar la paz en Europa. Así al menos aparecía en los papeles. Y ahora que hay una situación crítica vemos a esa organización haciendo solo lo que desde EE.UU. se define y planifica. No hay que olvidar tampoco que buena parte de la acción de la OTAN se dirigía a apoyar invasiones en territorios árabes o asiáticos y ya vimos todo lo que eso conllevó. Por eso hoy, más que nunca, hacen falta nuevos acuerdos, pero sobre todo inteligencia, cordura y una dosis alta de responsabilidad histórica. Ya sabemos que después de los atentados saltan las acciones guerreristas de respuesta, que no siempre devuelven a todos la verdadera paz. (O)