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Ayer se cumplió una semana de los bochornosos incidentes en el Monumental. La violencia en los estadios no es un asunto exclusivo de Barcelona; afecta a todos los clubes.
No solo son las riñas en las gradas entre hinchas de equipos contrarios, a eso se suman las consignas racistas que se entonan contra los jugadores, los insultos homofóbicos a futbolistas, árbitros y rivales; sin olvidar los comentarios maledicentes en las redes sociales. Bajar los niveles de odio y parar la violencia no es una tarea solamente de la Policía. Es una asignatura que involucra -sobre todo- a la dirigencia del deporte. ¿Por qué no detener un partido ante una arenga ofensiva? Para ello se necesita de réferis valientes y con respaldo; que tengan la certeza de que su decisión no será irrespetada. Y en cuanto a las dirigencias de los clubes, si sueñan con estadios sin mallas, entonces les corresponde educar a los aficionados. Y sancionarlos cuando sea necesario, vetarlos incluso, como se hace ahora con la Sur Oscura. (O)