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Los últimos hechos violentos ocurridos en Estados Unidos son condenables y revelan una situación compleja y a ratos inexplicable para su población. De hecho, algunos acontecimientos relacionados con muertes, masacres y actos terroristas revelan a una sociedad con muchos conflictos irresueltos y otros que dan lugar a un análisis por encima de la política.
De ningún modo se puede generalizar, pero hay reiterados actos, sobre todo por el uso libre y letal de las armas de fuego, que obligan a un enfoque de otra naturaleza para el tratamiento de los mismos. Es decir, por más esfuerzos que hagan desde las políticas públicas y determinadas medidas es innegable que el comportamiento de sus ciudadanos, la respuesta a determinados fenómenos y la acción gubernamental, enmarcados en una sociedad violenta, colocan la realidad en otra significación histórica.
No hay que desconocer que un país que envía decenas de miles de jóvenes a guerras en otros países, con otras culturas y con una misión por demás ajena a los objetivos explícitos, da lugar a una convivencia singular y compleja. Del mismo modo, una sociedad que estimula la competencia, el protagonismo y exhibicionismos mediáticos y favorece con sus industrias culturales empatías con el guerrerismo no puede esperar otra respuesta que no sea personas involucradas en actos de violencia de distinta índole y con fatales consecuencias, recurrentes, además.
Son muchos ya los muertos por estos acontecimientos inexplicables. Las víctimas inocentes, sus familiares y la misma sociedad estadounidense piden a gritos otras respuestas y nuevas y más creativas acciones que no pasan necesariamente por el incremento de ejercicios militares. Varios son los sociólogos y pensadores estadounidenses que insisten en debatir sobre el singular momento que vive su país, más allá de los deseos económicos de los industriales de las armas y las guerras. Como imperio o potencia, EE.UU. no puede sacrificar nada ni bajo ningún presupuesto político a sus propios ciudadanos.