El mapamundi es distinto, no porque existan otras fronteras o nuevos países. Por lo pronto, lo más significativo de este nuevo siglo es el sentido que toma la integración. Tras la caída del Muro de Berlín, como símbolo de la derrota supuesta del socialismo (que en realidad fue la derrota de ese capitalismo paupérrimo que instalaron algunos partidos y Estados en países que ahora poseen nuevos derroteros), en el mundo entero ocurren procesos integradores, horizontales, aún precarios en ciertas zonas, para desplazar a los bloques dominantes y hegemónicos y con ello generar espacios de colaboración y solidaridad.

Lástima de la ideologización y moralismo con que se afrontan las noticias positivas en este campo. Por ejemplo, que nos visite el presidente de Bielorrusia es motivo para estigmatizarlo desde el pasado y no para valorar lo que esa relación puede aportar hacia el futuro. Como la llamada prensa occidental, tras la sentencia de Reagan, de tratar al mandatario de esa nación como “el último dictador de Europa”, no han tenido otra referencia más y se olvidan lo que ha pasado en ese país desde hace casi 20 años.

Y como tal lo único que hacen es desinformar desde los prejuicios. Ahora que el Mercosur y la Unasur se integran, fortalecen y potencian como un espacio de absoluta soberanía y colaboración plenas, resulta que los mandatarios de los países miembros son simplemente un “Club de Amigos”. Que Paraguay sea suspendido de esos espacios es un “castigo ideológico” porque cuando pasó algo parecido en Ecuador no se hizo nada.

¡Qué triste prensa! ¡Que pobreza de análisis! ¿Se hacen los locos o piensan que los lectores son estúpidos? Cuando ocurrieron las tres caídas presidenciales en Ecuador no había Unasur ni ALBA, solo la OEA a la que ahora defienden tanto. Ahí estaba la CIDH y todas las ONG financiadas por organismos como la Usaid. ¿Y? La integración va por donde debe ir: soberanamente y sin pedir permiso a nadie, y mucho menos con marca registrada de algún imperio.