Han sido casi doce meses. Desde el inicio se marcó una tesis: lo que estaba en juego era la libertad de expresión. Y así la sustentaron y hasta la suscribieron quienes defienden mediáticamente un principio que no es exclusivo de la prensa sino de la ciudadanía. Alrededor de esa tesis han girado todas las actuaciones jurídicas, periodísticas y hasta internacionales, olvidando el asunto de fondo y la raíz del conflicto: el uso de la palabra y de un periódico (a costa de la audiencia) para injuriar y señalar imputaciones sin pruebas.
Desde que se instauró el juicio contra el diario El Universo hay un cambio en los periódicos: ahora rectifican, corrigen y piden disculpas. ¿Por qué? Obvio, no solo por la existencia de un juicio, sino por el reconocimiento tácito de que antes se cometían errores, se lanzaban calumnias e injurias (como ocurrió en su momento antes del asesinato de Eloy Alfaro) y se publicaban informaciones con claros intereses políticos.
Al final, también este juicio y confrontación política han servido a algunos actores políticos para sustentar una agenda de oposición. Claro, ahora se pone por delante la defensa de las libertades y con eso se revelan en su condición y matriz ideológica: el liberalismo. ¿Y dónde quedan los derechos de las personas? ¿Es posible la absoluta libertad de unos a costa de los derechos de otros?
Y por lo mismo, más que una sentencia a un diario o a una persona, se trata de un hito político alrededor de una confrontación y conflicto democrático. El mismo está marcado: hay unos sectores que han hecho de los medios sus escudos y banderas para oponerse a un proyecto político democrático, legitimado por la voluntad popular y por el reconocimiento de su gestión.
Lo que venga después es una sola condición para todos los actores del conflicto: respetar los derechos y libertades, sí. En su plenitud y absoluta condición de cada uno. Con ello se puede y se debe convivir democráticamente, no hay otra fórmula.