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El alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, tiene una deuda enorme con su ciudad, por haber dejado que el Estero Salado llegue a las condiciones en que está: estrangulado, contaminado y con un conjunto de acciones sin control ni regulación. Eso ha ocurrido en los últimos 20 años.
Que ahora el Gobierno central asuma su recuperación como parte de una política pública ambiental no exime de responsabilidad al Municipio. Hace falta destacar el valor simbólico y ambiental para los pobladores de esta ciudad que también han dejado pasar este tema como si fuese cuestión del “tiempo y las aguas”, como se dice vulgarmente.
Ahora que el Gobierno le “mete la mano” al estero, no faltarán los detractores y los defensores de lo indefendible, solo por hacer oposición política.