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Si hace apenas dos meses, en este mismo espacio, nos alarmábamos ante la falta de mantenimiento de las camineras de la isla Santay, hoy la situación es dramática.
El puente, que se había convertido en un sitio identitario de Guayaquil, se ha caído.
Si fue por negligencia de la tripulación del barco ese será un asunto que la justicia tendrá que resolver, pero se sabe que la nave no tenía los permisos del caso, terrible falta que puso en riesgo la vida de las personas y que perjudica un destino turístico muy concurrido de la urbe, aunque ahora el verdadero drama lo viven los isleños que adoptaron el turismo como única fuente de ingresos.
Ellos requieren un programa gubernamental urgente que les ayude a sortear este serio problema, de lo contrario la ecoaldea se sumirá en una profunda pobreza. La caída del puente golpea además el corazón de los guayaquileños que se apropiaron de Santay. La ciudadanía vivió un ejercicio pocas veces visto: se adueñó del espacio público; hizo suyo este sitio verde que tanto escasea: un lugar de esparcimiento, para caminar o andar en bicicleta en medio del manglar.
Por todas estas razones el puerto principal necesita cuanto antes que el paso sea reconstruido. (O)