Parece que estuviéramos predicando en el desierto: todo al año advertimos sobre el estado de las calles abiertas para la construcción de la troncal de la Metrovía, las consecuencias de un puente caído en Urdesa, las obras de regeneración desperdigadas por los lugares menos indicados y la rotura de tuberías de una red de distribución domiciliaria que cumplió su vida útil.
Si a todo esto sumamos la prisa de fin de año por copar los almacenes, en busca de ropa interior amarilla y gajos de uvas para tener algo que apretar entre las manos cuando suenen las 12 campanadas que señalarán el último día del sufrimiento y el primero de lo mismo, podemos afirmar, sin duda, que estamos jodidos.
¡Qué tal! Es como para no creerlo: la tenue y persistente lluvia del jueves en la noche destapó la caja de Pandora. El quemeimportismo de los responsables de la administración de la ciudad indigna, a pesar de que la ciudadanía ya está curada de los políticos populistas y clientelares, pues todos los años se repite la misma historia.
Los niveles de ineficiencia revelan improvisación y cálculo político, ahora que desde el 1 de enero viviremos un año electoral y los estrategas siguen utilizando metodologías que cayeron en desuso en la década del 80 con la introducción de los sistemas informáticos. Antes se acostumbraba llenar de papeles -aparentemente importantes- los escritorios de los burócratas, de manera que los jefes creyeran que el funcionario estaba ocupado las veinticuatro horas del día. Lo mismo pasa hoy con la obra municipal: zanjas, aceras y bordillos rotos, montones de tierra y piedra, una que otra maquinaria arrojando humo mientras los obreros abren y cierran huecos.
Lo cierto es que el panorama en la mañana de ayer era irritante: charcos de agua, gente apresurada en busca de una línea de bus que la lleve a cualquier parte, taxistas formales y piratas guiñando con las luces a pequeños grupos predispuestos a un ataque de histeria; gritos, lodo en las laderas de los sectores más pobres de la ciudad y silencio por parte de quienes están obligados a darnos una explicación que no sea la misma de siempre: “Estamos trabajando por la ciudad”.
¿Y la gente?