No caben razones para entender la realidad cuando solo se la ve por televisión.

Por eso es difícil aceptar -sobre todo para muchos opositores mediáticos y políticos- que el presidente Rafael Correa sea el mandatario de América con más credibilidad y aceptación en este momento. Su popularidad es una consecuencia de algo, ¿verdad? Claro, la pregunta es que si esa respuesta quedara en manos de los opositores no habría una sola y por eso el silencio de estos días sobre la noticia divulgada desde México.

¿Cómo puede ser el mandatario más popular cuando durante todo este año ha sido el blanco de los medios de comunicación?

Si lo colocamos en el terreno de los analistas serios y responsables habría, entre otras, las siguientes respuestas:

1.- Ese acoso mediático parece ser la mejor arma para reconocer a una autoridad. Parecería que su campaña de desprestigio y desinformación abona su popularidad, paradójicamente.

2.- Hay obras y acciones evidentes, palpables y hasta históricas que son innegables y prueban la reacción de la gente común. Si a la vista están todas las carreteras, atención social y, sobre todo, una economía estable y en crecimiento, no puede haber otra reacción que el reconocimiento.

Por lo mismo, es complemento de esa popularidad la responsabilidad y la exigencia.

El Mandatario está obligado -lo sabe- a ser mucho más eficiente en la gestión política y administrativa de su gobierno.

El último trimestre de este año tiene por delante dos retos fundamentales que deben permanecer en el debate colectivo y público: la propuesta de presupuesto general del Estado para el próximo año que mostrará y transparentará cuáles serán las prioridades y, a la vez, definir una estrategia mucho más exigente para combatir la inseguridad y mejorar la eficiencia de los servicios públicos.

Y hacerlo bien y con firmeza no necesariamente acarrea popularidad, pero sí reconocimiento histórico.