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Es muy importante el paso dado por el presidente de Colombia y la guerrilla de las FARC. Ojalá sea el último en la búsqueda de la paz, que ya lleva más de 50 años. Se han abortado varios intentos por diversos motivos. La historia sabe bien quiénes fueron los responsables en esos intentos.
Todos fueron loables, de parte y parte, no hay que negarlo. Se sentaron precedentes claros y sólidos para el inicio de los diálogos, pero más pudo el poder militar de sectores que lucran de la violencia y también aquellos que no están dispuestos a valorar el sentido político, económico y hasta cultural de una convivencia democrática en paz y bajo el imperio de la ley.
Seguramente los golpes recibidos por la guerrilla obligan a una posición mucho más flexible, cierto. De todos modos hay algo que ronda en la opinión pública: Gobierno y FARC son tan responsables de que este sea el último y definitivo intento por llegar a la paz que la sabiduría y la colaboración de toda la sociedad, de la región, de los buenos oficios de las personalidades que así lo requieran no bastarán para definir la ruta del nuevo destino de Colombia.
De hecho, Ecuador tiene mucho que aportar y apoyar. La incidencia indirecta (dolorosa y costosa en muchos términos) de ese conflicto en nuestro país demanda que exista un apoyo incondicional, dejando atrás prejuicios y pretextos.
Si la paz se consolida en Colombia, uno de los mayores beneficiados -luego del mismo pueblo vecino- es Ecuador. Hay muchos motivos: se reduciría el gasto militar en el control fronterizo, así como la ayuda a las decenas de miles de refugiados y también se acabaría con ese tráfico de armas y municiones que se desata desde nuestro lado.
Por ahora no hay cómo dudar: todo el apoyo y el reconocimiento para los gestores de este nuevo intento. Y por favor, silenciar a los negociantes de la guerra y de los odios.