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La pasión de la disputa política no exige mentiras

26 de julio de 2015

Primer acto.- En un escenario académico, cuatro economistas de alto prestigio debaten sobre la situación económica. Y dos de ellos argumentan: la crisis económica ocurre por el excesivo gasto público. Los otros dos muestran las cifras de esa supuesta crisis y en los ojos del público la actitud varía. Ni hay exceso en el gasto ni en la deuda externa. Hay ‘excesiva’ inversión y seguramente sus réditos serán cosechados en los siguientes años, como ocurre con toda clase de inversión, más si es de carácter social.

Segundo acto.- En el escenario político por excelencia que es el Parlamento, dos asambleístas de derecha apelan a la movilización social, claman por la defensa de los derechos humanos y exhiben videos, papeles y ‘datos’. Varios legisladores responden y desmienten esas palabras con otros datos. Incluso, una asambleísta dice frontalmente que a ella nadie le contó que se torturó y desapareció, que a ella le torturaron y desaparecieron cuando gobernaba el máximo dirigente de los ahora asambleístas que se dicen perseguidos. Con lágrimas en los ojos esa legisladora pone de nuevo la historia y sus verdades sobre lo que es en realidad persecución, tortura y violación de todos los derechos humanos contra actores políticos.

Tercer acto.- En el escenario mediático privado los argumentos de los dos economistas y de los legisladores ‘oficialistas’, más la mujer torturada y desaparecida en su momento por el gobierno socialcristiano, no aparecen. Se ignoran (¿censura previa?). En cambio inundan pantallas y páginas con los ‘argumentos’ de los otros, sin ninguna criticidad, contextualización y menos contrastación. Y en las redes sociales esos actores mediáticos privados (entre ellos algunos periodistas que en sus medios no publicarían ni la mitad de lo que escriben en sus cuentas de Twitter o Facebook) vapulean a quien se atreve a cuestionar el discurso de los diputados de derecha y de los economistas neoliberales. Los hacen trizas, sin un solo argumento, con el único sentido y sentimiento de legitimar esas mentiras desmontadas con datos y testimonios.

Es decir, la pasión de la disputa política tiene su encanto y hasta convoca a seguirla cuando se hace con la verdad histórica, la que está comprobada, no la que se interpreta de cualquier modo. El neoliberalismo fue una realidad cruda y tuvo unos efectos perversos desde la década del noventa en Ecuador. Ahí están los informes de organismos internacionales. La violación de los derechos y las garantías de los ciudadanos (no solo de los insurgentes) en la década del ochenta está registrada y comprobada. Y los perpetradores de esas violaciones están en juicios con el debido proceso y ninguno ha sido torturado para que declare lo que tenga que declarar.

Si la política es pasión, que sea también para llenarse de argumentos y no para colocar piedras en el camino de una democratización profunda de nuestras sociedades y de las nuevas generaciones. La memoria del país está cargada de infaustos momentos y para mirar hacia adelante quienes ahora defienden ese pasado perverso lo mejor que pueden hacer es, primero, no mentir, y luego exhibir sensatez a la hora de ejercer la disputa política. (O)

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