Los analistas clásicos dirán que es una lástima que en un sistema democrático desaparezcan los partidos políticos tradicionales. En esa lógica, lo único posible es la continuidad, aunque en la práctica esos actores políticos no respondan a la realidad y a sus propios militantes.

En Ecuador desaparecieron partidos tradicionales, como el Liberal y el Conservador. Los dirigentes de esas dos agrupaciones cumplieron su ciclo vital, perdieron toda perspectiva histórica, traicionaron sus propios principios y dejaron de hacer política para convertirse en corporaciones de grupos económicos. Por ello se extinguieron.

Lo mismo pasa ahora con dos de los herederos de esas dos agrupaciones: la Izquierda Democrática y la Democracia Popular. Y aunque formalmente no han llegado a la extinción, el PRE y el PSC no viven el mejor momento político de su historia, tras ser, por varios años, organizaciones con influencia nacional y representación significativa en muchos espacios y sectores políticos.

A todos ellos se los conoce desde hace un tiempo atrás como los representantes de la llamada partidocracia: ese conjunto de grupos que sostuvieron y diseñaron el modelo neoliberal que imperó en el Ecuador desde los años 80.

Pero como la dialéctica de toda sociedad genera relevos y herencias, ahora los militantes de esos partidos han “clonado” o se han redefinido en otros grupos políticos sin perder su esencia. ¿Son actores políticos con una profunda convicción ideológica? ¿Los últimos líderes de las ya desaparecidas agrupaciones pueden afirmar sin vergüenza alguna que sus definiciones, acciones y determinaciones responden a profundos principios ideológicos? Por lo que dicen y hacen, no. No son la mejor expresión de la política, sino del interés coyuntural y económico. Por eso da pena que ahora esos dirigentes “ideológicos” se unan, se mezclen y pacten con la “neopartidocracia”.