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Las tres últimas semanas de campaña electoral ya fueron un síntoma muy claro de que la oposición política no aceptaría los resultados. No solo por la ausencia de verdaderas propuestas y por concentrarse en el ataque personal a quien lideraba las encuestas, sino porque hubo un aparato político y mediático bien montado para desvirtuar el proceso y el resultado real.
Hoy queda comprobado eso y la oposición debe ser muy responsable consigo misma y con su propio electorado. En la práctica, ha sido castigada; no obtuvo la mayoría en ninguna de las papeletas. Y eso demuestra dos cosas: no convenció y el pueblo rechazó la ausencia real de propuestas para gobernar y legislar. No es muy difícil entender aquello.
Pero ahora usa la violencia para denigrar la voluntad popular, descalificando un proceso abierto, transparente, escrupulosamente observado por sus propios militantes. No hay cabida para insinuaciones de fraude o algo parecido. Las pruebas y las evidencias no las presenta. Y si fuese así, que se haga dentro del marco legal y con todas las exigencias éticas del caso. No está demás decir que aquí se repite un libreto usado en otras partes y que no ha dado resultado porque la realidad es terca. (O)