Los pueblos que no han desarrollado la capacidad de recuperar su memoria histórica están condenados a la sobreimposición de valores y visiones provenientes de los viejos poderes omnímodos. A los propietarios de los medios privados de comunicación, por ejemplo, les extraña la declaratoria de 2012 como el Centenario de la Muerte del General Eloy Alfaro, la “Hoguera Bárbara”, impulsada por el gobierno de la Revolución Ciudadana.
Las alertas disfrazadas de defensa de las libertades han sido activadas por el anuncio de los movimientos sociales que exigirán una enmienda al acta de defunción del “Viejo Luchador”, en la que está registrada su muerte “a manos del pueblo de Quito”. También les asusta la marcha ofrecida hacia el diario El Comercio para demandar una disculpa pública de la familia Mantilla a la ciudadanía ecuatoriana, por haber incitado al arrastre del padre de la gesta liberal.
El locutor de un canal de televisión, y crítico gratuito de los emprendimientos del régimen, insinuaba ayer, a manera de pregunta y en tono de burla, si lo que estaba buscando el Ejecutivo era registrar y patentar el nombre de la Revolución Liberal y la venerable imagen de Alfaro. Pero lo que el envenenado político disfrazado de periodista pretende ignorar -porque no es tonto- es el evidente cambio social impulsado en los primeros cinco años de gobierno, solamente comparable con el de la Revolución Liberal de 1895. Las libertades que hoy dice defender el comunicador de marras son las mismas que le dieron el voto a la mujer, instauraron la educación laica y unieron, a través del ferrocarril, a dos regiones de un mismo país que no se conocían. Sería altamente pedagógico que lea la novela “A la Costa”, de Luis A. Martínez, para que entienda que la dinámica de la sociedad no se fundamenta en la separación de la moral de la política, como lo regó a los cuatro vientos -en el siglo XV- Nicolás Maquiavelo, sino en la igualdad; y que entienda que la transformación económica y política del Ecuador en el siglo XXI no la para nada ni nadie.