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Los ultrapoderosos del Ecuador jamás han pedido disculpas al pueblo por lo que hicieron con cientos de obreros en Guayaquil hace casi 100 años. Incluso, aquella prensa que culpó de la masacre a los propios trabajadores no ha hecho un mea culpa de lo ocurrido y conocido como el ‘bautizo de sangre de la clase obrera’.
Ahora, los sindicatos y gremios harán un homenaje político que servirá para entender de qué modo la lucha de clases tiene distintas expresiones, pero en el fondo la emancipación de los proletarios y de los pobres pasa, sobre todo, porque entendamos quién es el verdadero enemigo de su lucha y de sus reivindicaciones.
Ojalá cierta dirigencia sindical entienda que estar del lado de los poderosos, por puro oportunismo político, a la larga, arrastra graves consecuencias para sus propias aspiraciones. Esa dirigencia no debe olvidar que el 15 de noviembre de 1922 fue también producto de la arrogancia oligárquica tras el asesinato de Eloy Alfaro, víctima de la persecución más implacable.