La lección más fuerte del evento electoral ecuatoriano último es la madurez política del país. Sin ninguna duda, los resultados, las posturas y las reacciones a lo ocurrido el domingo pasado demuestran que se ha avanzado mucho, a pesar de los vientos catastróficos que pintan algunos medios y analistas.

La realidad está ahí para ser evaluada, no para camuflarla, y menos para soslayarla. Por lo pronto hay dos datos importantes: un porcentaje cada vez más bajo de ausentismo y un incremento de la inclusión de personas que antes no eran tomadas en cuenta en las decisiones político-electorales.

Por las facilidades técnicas y operativas, ahora hay más presencia de votantes, que asumen la responsabilidad de decidir su futuro. Los electores nacionales han adquirido una experticia en votar que les facilita su presencia. Obviamente hay que contar el aumento de la escolaridad y la formación de los votantes.

Del mismo modo, el hecho de que las personas con discapacidad tengan la posibilidad -y garantía- de participar en el sufragio, sin importar su condición, da lugar -no solo dentro del país- al reconocimiento de un valor político importantísimo como es la inclusión. Se diga lo que se diga, esa presencia le da a este proceso electoral y al futuro mismo un sentido muy humano, incomparable.

Por eso, con esos elementos, se puede afirmar sin ningún recelo que la madurez democrática del Ecuador, aunada a la estabilidad, se afirma con mucho sentido. Eso elimina ciertos rumores y demasiados “cucos” para afrontar un hecho que, a la larga, será visto como un ejercicio válido para definir el futuro individual.

En otras palabras, la política, el ejercicio electoral y la participación ciudadana dejan de ser aquellos postulados que sonaban como frases huecas.