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Ya sería un lugar común decir que la madre es el eje de la familia, pero en realidad, en las nuevas circunstancias del Ecuador también constituye el eje y factor de impulso integral del paradigma que consagra la Constitución: el Buen Vivir.
Quizá se piense que es algo exagerado, pero no. Hay varios motivos para ello. En primer lugar, la madre ecuatoriana, en las peores condiciones y en las limitaciones económicas, sostiene con toda su fortaleza espiritual y creatividad a la familia y con ello a la sociedad. Y algo más: desde su condición hace una serie de tareas para que el bienestar de hijos y padres también esté garantizado día tras día.
Pero también ahora, con la incorporación a la producción y a la economía, sigue haciendo eso. Su doble jornada garantiza y revela esa otra forma de vida que permanentemente estamos buscando y que ellas, nuestras madres, la posibilitan hasta en los gestos mínimos que no nos fijamos, pero están ahí.
Homenajearlas no solo es complacerlas con un regalo o una atención especial en su día. Sobre todo es mirar en cada uno de sus gestos y acciones lo que nosotros no hacemos o no podemos porque nos acostumbramos, como herencia machista, a que sea una tarea femenina. Desde cuidar la plantita que está en la ventana o advertir cualquier dolor antes que nadie, hace de nuestras madres un ser prodigioso, cuyo ejemplo debe trasladarse a todas las tareas de la sociead.
Por eso hay que feminizar toda masculinidad y viceversa. Con un solo objetivo: ser cada día más humanos y mejores seres de esta naturaleza. De ahí en adelante, con todo lo que cuesta, la cultura será otra, podrá mejorar nuestra calidad de vida y potenciar nuestras virtudes, que no son precisamente las que ordena el capital y el mercado. Para este día el Ecuador requiere de un ejemplo pleno y tierno que todos los días nos dan nuestras madres y con ellas festejemos a plenitud.