Hay muchas lecturas sobre lo ocurrido el jueves pasado en Quito y tras 15 de días de la caminata liderada por la Conaie. Una de ellas es que el movimiento social, en particular, el indígena, que se encontraba pálido y congelado, por diversas causas, se espabiló, sobre todo cuando espantó de sus agendas y tarimas a los precandidatos.

Y también hay otra, muy reveladora: la Conaie recuperó su condición ética para afrontar sus demandas, aunque todavía persistan al interior personajes que ya no hablan el lenguaje de los indígenas y ahora solo piensan en sus candidaturas o sostener sus cargos.

A la vez, el Gobierno mostró  flexibilidad para aceptar el diálogo, sin condiciones que no sean las de una agenda pública, con la dirigencia honesta, a partir del respeto mutuo. Queda saber cómo se implementará este diálogo y hasta dónde están dispuestas las partes para que el fruto de él constituya un aporte para sacar de la pobreza al Ecuador y, sobre todo, a los sectores más deprimidos que, lamentablemente, se encuentran en las comunidades indígenas todavía.

El movimiento indígena debe entender que  institucionalizar un Estado, con base en una Constitución que garantiza derechos y políticas públicas, afecta a la tradición de demandar desde un corporativismo a un Estado clientelar que ya no existe.

Y el Gobierno ha forzado algo que la dirigencia de la Conaie no ha vislumbrado: tratar a los actores sociales como parte de una sociedad y no como un sector de ella, de modo que no existan  privilegios ni discriminación, solo entender que, para gobernar -para todos-, hay que pensar en cada uno sin afectar al otro.

Por lo tanto, de hoy en adelante ese diálogo simbólico que se produjo en las calles, intercultural, político, en el mejor sentido de la palabra, debe continuar afirmándose en encuentros y desencuentros recurrentes.