En 2002, bajo el gobierno de Gustavo Noboa, Guayaquil acogió la segunda cumbre de presidentes de América del Sur, un verdadero hito de la integración regional. El subcontinente tenía a la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y al Mercosur, pero los 12 jefes de Estado no tenían un mecanismo único.

La primera cita fue en Brasil, uno de los grandes impulsores de esta iniciativa. La segunda reunión tuvo el apoyo decisivo del entonces presidente Fernando Henrique Cardoso. Para Brasilia, la convergencia era un aspecto esencial de su política exterior.
La sede del segundo encuentro, el puerto principal, fue muy simbólica. Allí se reunieron los libertadores de la Sudamérica hispana: Bolívar y San Martín.

En esta misma ciudad se verían ahora los líderes del recién estrenado siglo XXI para recuperar el legado de los héroes de la independencia. Por la importancia del hecho, el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, nombró a la explanada del Mercado Sur como la Plaza de la Integración. Allí, donde se tomó la foto oficial de la cumbre, todavía ondean las banderas de los 12 países miembros de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), que se formalizó una década después.

La integración regional no tiene ideologías. Es falso que Unasur nace como una expresión del chavismo, pues tiene su génesis en aspiraciones históricas de los países. Eloy Alfaro, por ejemplo, era un firme defensor de la unidad americana. Fernando Henrique Cardoso fue uno de sus principales impulsores, por lo que Brasil jugó un rol clave al considerar a Sudamérica como una zona natural de su influencia geopolítica.

La Unasur merece ser defendida. No solo es un club de presidentes, sino que es un mecanismo que tiene metas concretas para mejorar la vida de sus ciudadanos: viajar por Sudamérica sin pasaporte, sin roaming; abaratar rutas aéreas, un salario básico unificado. Y a nivel mundial, que el bloque tenga la capacidad de llevar su voz a los foros internacionales donde se discuten aspectos clave para los sudamericanos, como el cuidado de la naturaleza. (O)