Publicidad
El cambio de época se nota en América Latina. El tiempo en el que nuestras decisiones debían tener la aceptación de nuestro vecino de América del Norte ha pasado, o por lo menos está en vías de superación. Los presidentes y jefes de Estado de 32 países están reunidos desde ayer en Caracas, Venezuela, para consolidar un nuevo foro que permita a la región desembarazarse de la política estadounidense del “Gran Garrote”. Los gobernantes están escribiendo la partida de nacimiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), un organismo legítimo, sin la presencia de los Estados Unidos y Canadá.
La propuesta de creación -surgida en el cita del Grupo de Río, a inicios de 2010- fue criticada por los grupos conservadores y obedientes de Latinoamérica, bajo el argumento de que es imposible dejar a las grandes potencias fuera de un foro de naciones.
Pero veamos cuán ciertas son estas aseveraciones: los gobiernos de Washington demuestran que, a medida que pasa el tiempo, su modelo económico y el poderío mundial son endebles. El tutelaje, que antes les permitió poner y quitar gobiernos, de acuerdo a su conveniencia en Latinoamérica, ya no es respetado y carece de legitimidad por sus acciones erráticas.
Los índices económicos así lo demuestran: mientras el sistema capitalista fracasa por la evidente inequidad, el nacimiento de entidades como el Banco del Sur, las transacciones con el Sistema Único de Compensación Regional (Sucre) y el liderazgo político de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) son el reflejo de la madurez política de los grupos sociales y de sus gobernantes. Las perspectivas soberanas se van consolidando aceleradamente y, más allá de los resultados en cifras, ya nadie concibe que Washington deba ser el tribunal que resuelva los desajustes de nuestra región, como en el caso del golpe de Estado en Honduras, o los temas del sistema judicial ecuatoriano, relacionados con los juicios civiles por injurias que lleva adelante el Presidente de la República.
Los vientos de cambios no están basados solo en deseos retóricos o románticos de la época del Libertador Simón Bolívar, sino también en cifras y resultados reales que demuestran que Latinoamérica avanzará con la unidad de sus pueblos.