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El pleno de la Asamblea Nacional decidió, el pasado jueves, no levantar la inmunidad de Galo Lara, asambleísta de Sociedad Patriótica, luego de que dos jueces solicitaran a la Secretaría del Legislativo la autorización del pleno para iniciar procesos civiles iniciados por el Presidente de la República y la ministra de Inclusión Económica y Social (MIES), Ximena Ponce, quienes lo acusaban de proferir injurias contra ellos.
La sesión estuvo matizada por epítetos de todo calibre y gritos del lado izquierdo de la sala hacia el derecho (entiéndase desde el sector de la oposición hacia la bancada de PAIS) y en este clima de violencia verbal salió ileso el legislador, a pesar de que durante la jornada se lo percibió nervioso y en constante cabildeo con sus colegas.
Al final del día y con las tensiones controladas, el “hombre duro” de Sociedad Patriótica se permitió exhibir un gesto irónico y burlón hacia Fernando Cordero, presidente del Poder Legislativo, y a quienes votaron por el levantamiento de la inmunidad. Pero el nerviosismo y su frente con sudor mientras se realizaba el debate fueron muestras de que estaba consciente de las consecuencias de sus acciones, no así sus coidearios, quienes afirmaban -con una soberbia casi grotesca- que estaban “vacunados” contra procesos legales derivados de sus comentarios, porque “para eso los eligieron los ciudadanos”.
Nada más alejado de la verdad, pues la responsabilidad ulterior, uno de los puntos más relevantes en el proyecto de Ley de Comunicación, llega también a las autoridades en sus acciones diarias. Ocupar una curul no significa adquirir el derecho a vilipendiar, calumniar y ofender sin escrúpulos a la majestad del poder.
Los procesos instaurados contra Galo Lara no se debían a que los injuriados fueron el Jefe de Estado y una ministra, sino que se busca instaurar una cultura del respeto a la verdad, porque si alguien acusa a otro, tiene la obligación moral, ética y legal de sustentar su denuncia.
El pleno se ha pronunciado, y eso, en una democracia como la nuestra, se respeta. Pero queda en la conciencia de cada uno de los 124 asambleístas la obligación de definir y limitar sus atribuciones.