Sin duda alguna, cuando un Sumo Pontífice sale de la sede de El Vaticano lo hace por claros objetivos políticos. Que ahora lo haya hecho en México y Cuba tiene unas lecturas diversas, pero  en concreto se podría advertir una: los dos países constituyen un foco de atención político estratégico y en cada uno hay problemas o preocupaciones para Benedicto XVI.

Y algo más: los papas no son solo sacerdotes que ofician misas y ritos para sus fieles. Cada uno de sus actos proyectan y sustancian un postulado político de una institución religiosa con una larga historia de presencia en las decisiones políticas de los estados, gobiernos y sociedades.

A México llegó cuando en ese país se libran dos batallas mortales: contra el narcotráfico y contra el femicidio. Del primero señaló algo fuerte: el culto al dinero nutre la violencia. Y de lo segundo: nada. Parece que al Papa no le recomendaron tratar el tema, o se olvidó flagrantemente. Y por lo tanto, en la visita a ese país, por encima del tema religioso, las dos violencias deben ser parte central de la preocupación de la Iglesia Católica. No puede dejar de lado el femicidio.

En Cuba, en cambio, era obvio que Benedicto XVI tocaría el tema de los presos, y fue muy cauteloso para no referirse al sistema político, pero también para desconocer los logros de esa nación en favor del ser humano y de su bienestar en general. Y lo sorprendente es que no se haya referido al bloqueo económico de los EE.UU., como sí lo  hizo en su momento Juan Pablo II.

Esa “omisión” también revela ese carácter político de la visita, cuando bien se sabe que una causa medular de la crisis económica y de la emigración cubana tiene que ver con esa política imperial, excluyente y colonialista de EE.UU. de “castigar” a un país por no compartir su ideología. Bien pudo Benedicto XVI dar un “espaldarazo” a todos los cubanos (de adentro y afuera) condenando el bloqueo.